Por Miryam Pirsch
Beatriz Guido (Rosario, 1924 - Madrid, 1988). Hija del arquitecto Ángel Guido y de la actriz uruguaya Bertha Eirin, se interesó por el arte y la filosofía a instancias de su padre a quien acompañó, desde niña, en conferencias y viajes por Europa y los Estados Unidos. Su formación literaria e intelectual comenzó en su propio hogar, donde conoció a los más altos exponentes de la cultura letrada de la época: Leopoldo Lugones, Ricardo Rojas, Gabriela Mistral, Aníbal Ponce, Guido de Ruggiero; así como las truculentas crónicas policiales de Crítica y los relatos de espanto que asustaban a sus hermanas menores a través de la voz de la madre.
Retrato Beatriz Guido, 1937
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Cursó estudios universitarios en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA pero su formación intelectual se define en 1949, año en que obtiene una beca para estudiar filosofía en Italia y asiste en Francia al auge existencialista. Muchos de los principios del existencialismo sartreano pueden reconocerse en su primera novela, Regreso a los hilos (Buenos Aires, 1947, El Ateneo) y en Estar en el mundo (Buenos Aires, 1950, El Ateneo).
En 1954 gana la primera edición del Premio Emecé con su novela La casa del ángel (Buenos Aires, 1954, Emecé), cuya versión cinematográfica, dos años más tarde, definirá un giro personal y artístico para la autora. Su unión con el director Leopoldo Torre Nilsson los convirtió en la pareja de director y guionista más productiva del cine nacional. Juntos trabajarán en el guión de veintiún largometrajes, diez de los cuales corresponden a cuentos, novelas y una obra teatral de Guido: La casa del ángel, “El secuestrador”1, La caída (Buenos Aires, 1956, Losada), Fin de fiesta (Buenos Aires, 1958, Losada), “La mano en la trampa”2, “Piel de verano”3, Homenaje a la hora de la siesta4, “La terraza”5, “El ojo de la cerradura”6 y “Piedra libre”7. Entre los films realizados a partir de obras de otros autores puede contarse El santo de la espada (Torre Nilsson, 1970, Producciones Maipú), basada en la biografía de San Martín publicada por Ricardo Rojas en 1933 y cuyo proceso aparece documentado en la biografía de Elsa Osorio: “Mientras Beatriz archivaba documentos para su novela, Leopoldo investigaba más allá de lo que le aportaba la obra de Ricardo Rojas, El santo de la espada, en la que basó su película. En medio de un gobierno militar filmar la vida del héroe no era tarea sencilla” (1991: 159).
El acercamiento al universo cinematográfico marca también un cambio en su literatura, que poco a poco se va alejando de la reflexión filosófica para incursionar en la representación de la vida social y política argentina contemporánea, en especial los años del peronismo con el cual mantuvo una conflictiva relación. Sus novelas más representativas de este período son: Fin de fiesta; El incendio y las vísperas (Buenos Aires, 1964, Losada); Escándalos y soledades (Buenos Aires, 1970, Losada); y su última novela, Rojo sobre rojo (Buenos Aires, 1987, Alianza). En su obra conviven la intención realista y testimonial con apuntes del gótico, especialmente en las adolescentes, muchachas encerradas en caserones de la alta burguesía decadente donde se oprime su sexualidad para entregarlas a destinos familiares preestablecidos. El acercamiento a la intimidad de la clase alta y el cruce entre cine y literatura que explora en sus novelas escandalizó y despertó el rechazo de parte de la crítica a la vez que la convirtió en un éxito de ventas.
En estudios críticos sobre la vida y la obra de Beatriz Guido pueden leerse varias menciones a Ricardo Rojas a partir de la estrecha amistad entre el autor de la Historia de la literatura argentina y Ángel Guido, arquitecto que tuvo a su cargo la construcción de la casa –hoy Museo Casa de Ricardo Rojas–. Tanto Cristina Mucci como Elsa Osorio, biógrafas de Beatriz Guido, dan cuenta del trato familiar entre la familia Guido y Rojas, a quien ubican como un parte del círculo de amigos que frecuentó su padre hasta la muerte del escritor en 1957. En Divina Beatrice leemos: “Siempre contaba que no habló hasta los cuatro años, y que la primera vez que lo hizo estaban todos sentados a la mesa y había un pintor subido a una escalera. Ella lo miró y dijo: ´Que se baje ese hombre´. Hubo tantos alaridos porque Beatriz hablaba por primera vez, que el hombre se cayó por la escalera y por poco se mata. También decía que a los cuatro años le contó a Lugones que estaba aterrada por una historia de muertos y fantasmas que había vivido en su propia casa, y fascinó a Capdevila y a Ricardo Rojas con el relato de un niño encerrado en la piel de un gato” (Mucci: 18-19).
Asimismo, en Beatriz Guido. Mentir la verdad, encontramos insinuaciones de su desafecto por la vida doméstica y, en cambio, su temprana avidez por ser una mujer de mundo: “No le gusta que le hablen de su hermanita, Berthita; mucho menos que le digan que la cuide, ya tendrá que cuidarla toda la vida. A ella y a María Esther, la Beba, que nace dos años después. La única ventaja que le ve a esos dos nacimientos es que su mamá está muy ocupada con las nenas, entonces en algunos viajes del padre ella lo acompaña sola. Ángel le cuenta sus proyectos, le habla de los libros que escribe, conoce a sus amigos: a Ricardo Rojas, a Enzo Bordabehere, a Diego Rivera, a Aníbal Ponce, a Lisandro de la Torre, a David Alfaro Siqueiro” (Osorio: 27).
En la voz ficcional de Beatriz Guido, Osorio también da cuenta del proceso de construcción de la casa que el autor confió al arquitecto rosarino y cómo Eurindia (1924), ensayo de estética sobre las culturas americanas, sería la base del ambicioso y singular proyecto que embarcaría a cliente y arquitecto en una propuesta estética e ideológica pocas veces vista. Guido, nacida en 1923, en la estrategia autoral construida por Osorio, se atribuye una presencia poco probable en la realidad dada la corta edad que habría tenido cuando se levantó la casa de Ricardo Rojas: “Bueno, pero a mí me lleva [padre] con sus amigos y a ellas [hermanas] no, se consuela Beatriz. A mí me comenta sus libros. Yo fui con él a Buenos Aires y conozco el lugar donde papá edificará la casa de Ricardo Rojas y ellas no. Escuché toda la conversación sobre Eurindia. [...] “Presiente que es importante, aunque aún no sabe todo lo que podrá jactarse en el futuro, cuando esa casa sea museo, de haber estado presente en aquel momento.” [...] “La búsqueda de una expresión americana, en una época en donde la vanguardia tiene en Europa sus modelos, es considerada un desafío. Ángel Guido asume este desafío en la construcción de la casa de Ricardo Rojas. Un caso especial de cliente y arquitecto embarcados en una misma propuesta ideológica. (Osorio: 29)
El vínculo entre ambos intelectuales se extendió en el tiempo en este homenaje que podríamos ubicar entre 1957 y 1960 –año de la muerte de Ángel Guido–: “Beatriz llega de la Academia Nacional de Historia donde Ángel Guido pronunció un discurso en memoria de Ricardo Rojas” (Osorio: 104).
Sus últimos años transcurrieron en España donde, con la vuelta de la democracia argentina en 1983, fue designada agregada cultural de la embajada de su país. Falleció en Madrid en 1988.