M. Sasor (1810 - 1870) es el seudónimo de Mercedes Rosas de Rivera, la hermana escritora del estanciero, militar y político, Gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas. La decisión de Mercedes de publicar con un seudónimo probablemente se debe a una doble razón. En primer lugar, a través de un nombre ficticio que esconde su marca genérica, se ahorraría las discriminaciones que recibían las mujeres escritoras de su época: la imposibilidad de publicar, en primera instancia, la impugnación en los medios, si conseguía ser editada, o, finalmente, el olvido como arma patriarcal. Por otro lado, también es probable que Mercedes haya querido distanciarse de la figura de su hermano en relación con su obra, ya que, para los núcleos intelectuales porteños, Rosas era el epítome de la violencia política de esos tiempos. Respecto a Mercedes, tenemos un pequeño ejemplo de cómo era vista por la clase artística del momento. En Amalia (1855), José Mármol pergeñaba una imagen satírica y grotesca de Mercedes, incluso llegando a dudar de su valor como escritora. De todas formas, despegándola de la figura “vil” de su hermano, en el plano político Mármol rescata a Mercedes como una “demócrata”. M. Sasor es el pseudónimo con el que aparecen dos novelas de Mercedes: María de Montiel (1861) y Emma o la hija de un proscripto (1863). Se trata de romances históricos porteños donde la típica exaltación del sentimiento resulta uno de los procedimientos centrales. De todos modos, caben en sus páginas algunos rasgos de experimentación verbal que merecen un ojo más atento. María de Montiel relata las vicisitudes de dos jóvenes porteños en busca de amor, de este y el otro lado del Atlántico, en la segunda década del siglo XIX. Allí, María conoce en una reunión social a Leoncio, un condecorado capitán del ejército independentista. El amor es instantáneo y es como un golpe fatal, sin retorno. Frente a esta evidencia, Jorge, otro de los pretendientes de María, huye a Europa sumido en una tristeza infinita. La narración sigue a estos dos personajes. Por un lado, el incipiente romance de María y Leoncio, que luego se transforma en un compromiso. Por otro, la recuperación sentimental de Jorge, que establece su domicilio en Madrid, donde conoce a las socialités españolas y, en particular, a una condesa que le toma cariño. Esta historia procede frustrando dos posibilidades de pareja para que nuestros protagonistas finalicen unidos: Leoncio cae en batalla en las guerras independentistas y la condesa es rechazada por Jorge, lo que precipita que tome los hábitos. Finalmente, María y Jorge se unen en matrimonio, tras un periodo apropiado de duelo. En su matrimonio, como dice la narración, “no hubo jamás una nube que oscureciera sus ojos” (1861: 216). Más allá del resumen de su argumento, resulta interesante notar que la novela moviliza el dispositivo de saber de la antropología avant la lettre para otorgarle inteligibilidad a las acciones y pasiones de los personajes. La diégesis está superpuesta a una serie de reflexiones sobre la naturaleza humana que podrían explicar el sentido del esquema actancial. Una antropología universalista, objetivista, no relativista y axiológica. Previsible en una obra romántica, el principal objeto con el que se encuentra este dispositivo es el amor. Toda una teoría del amor suficientemente consistente empapa los distintos niveles textuales. En primer lugar, en la novela se observa cómo la implantación del amor romántico en la sociedad implica una relativa disminución del poder masculino en las relaciones de género, particularmente en la familia. Don Miguel, por tradición, tiene solo un rol confirmatorio de lo que ya fue decidido por su hija María: jamás el texto presenta que eso fuera de otro modo. Así, el amor sería un ejercicio igualitario, aunque fuese el único reino donde una mujer podía empoderarse en la época: “Es amor que todo lo nivela, que todo lo iguala; todo al imperio del amor se humilla” (39). En segundo lugar, el matrimonio, como conclusión “natural” del amor, tiene como guía la pasión y el deseo, pero se entiende que estos afectos tienden a disminuir con el tiempo, por lo que también debe existir el compañerismo, como sentimiento más perdurable. El matrimonio figurará así en la novela como un artefacto psico-social para contrabalancear las inconsistencias del amor. En tercer lugar, existe una frase que se repite como ritornello a lo largo de toda la novela, ganando por insistencia: el amor no calcula. De una forma eminentemente pascaliana, la razón instrumental no tiene lugar en los argumentos del corazón. Aun siendo un ejercicio igualitario, en la novela no se elige a quien amar, aunque otros convengan más, por estatus social, por disponibilidad o por mera proximidad física. El amor es déspota: “Todo cuanto depende del hombre o de la mujer puede sujetarse a cálculo; pero corazón no depende sino de ese sentimiento que tiraniza y domina muchas veces a pesar nuestro” (39). El amor sería en su tipo ideal una fuente incontrolable de expresión y afectividad, aunque luego, en su discurrir efectivo, sea fuertemente protocolizado. Este último punto entra en un juego dialéctico con uno de los procedimientos formales más salientes de la novela. En el texto, cada tantos capítulos, la narración se detiene, adelanta algún elemento de la trama y luego se reprime a sí misma, aludiendo que ya se llegará a ese momento de la historia y continúa con el hilo tal y cómo lo había dejado. La narración se pone impaciente, quiere dejar a sus protagonistas en el final feliz, ahorrándole así el duro camino. Pero del otro lado se impone el “cómo”, las reglas narratológicas, la novela como artificio verbal, la homonimia entre contar números y contar historias. La narración quiere ser una fuente incontrolable de expresión, pero existe también una fuerza opuesta que busca que se respete la catálisis, que evita que se reduzca el relato a la mera función informativa. Para Mercedes Rosas, la novela es una tensión entre el amor y el cálculo.
[por Mariano Mosquera]
Bibliografía:
Mármol, J. (1851-1852). Amalia. [2 vols.]. Montevideo: Imprenta Uruguayana.
Molina, H. B. (2011), “Lectoras y escritoras en la argentina de 1860: Margarita Rufina Ochagavía y M. Sasor”, Anclajes, Vol. 15, Núm. 2: 31-47.
Sasor, M. [Rosas de Rivera, Mercedes] (1861). María de Montiel. Buenos Aires: La Revista.
Sasor, M. [Rosas de Rivera, Mercedes] (1863). Emma ó la hija de un proscripto. Buenos Aires: Imprenta de Pablo E. Coni.