Mariquita Sánchez de Thompson (1786-1868). María Josefa Petrona de Todos los Santos Sánchez de Velazco y Trillo nació el 1 de noviembre de 1786 en el seno de una familia influyente y de próspero pasar económico. Se educó con maestros y maestras de prestigio en las áreas de música, artes, cultura, idiomas y, algo muy común a la época, buenos modales. Esta educación se brindaba solamente a mujeres que habían nacido dentro de una clase social alta y acomodada, teniendo en cuenta que la educación general de las mujeres no fue considerada hasta entrado el siglo XIX.
De destacada influencia social y política, estuvo vinculada a la Generación del 37, movimiento intelectual que en la “Librería Argentina” de Marcos Sastre fundó “El Salón Literario”, una de las tertulias culturales más importantes en la Buenos Aires del siglo XIX. Supo forjar una fuerte personalidad dentro de un mundo de hombres. Tal característica personal se puso a prueba cuando, a los catorce años, se enamoró de su primo Martín Thompson, algo que sus padres nunca aprobarían. Ellos tenían otros planes para la adolescente Mariquita: casarla con un comerciante adinerado. Entonces inició uno de los llamados “Juicios de disenso”: procedimientos legales a los que podían recurrir las parejas adineradas para ir en contra de la voluntad de sus padres y oponerse así a la normativa Real Pragmática sobre Hijos de Familia.
El juicio tuvo una gran resonancia en la época. Luego de unas semanas logró un veredicto a su favor y se casó con Martín Thompson, nombrado Capitán de Puerto de las Provincias Unidas del Río de la Plata por Mariano Moreno el 30 de junio de 1810, durante la Revolución de Mayo. Tuvieron cinco hijos. Thompson murió en altamar en 1819 y Mariquita contrajo nuevas nupcias con Washington de Mendeville al año siguiente. Producto de su nuevo matrimonio, fue madre de tres hijos más.
Su rol social y su protagonismo atravesaron un período fundamental de la historia argentina. Lectora y escritora en un mundo de hombres, se abrió camino y dejó una marca cultural tanto para sus contemporáneos como para las generaciones venideras.
Su influencia en la literatura está dada por su participación en tres salones literarios. Uno, en los tiempos de la Independencia; otro, en los tiempos de Rosas; otro durante su exilio en Montevideo, en los tiempos de la organización nacional. Su Salón en la ciudad histórica –eternizado por Subercaseaux en el momento de la entonación del Himno Nacional Argentino– o las tertulias literarias en su Quinta Los Ombúes, nos hablan de la profunda impronta de Mariquita como una mujer de decidida intervención cultural.
Misia Mariquita encarna el personaje femenino por excelencia de una Modernidad Porteña en ciernes. Como nos lo dice el propio Rojas: “tuvo salón, habló varios idiomas, conoció el mundo y los libros. Vivió una larga vida: amiga de Monteagudo, de Rivadavia, de Rosas, de Mitre; respiró la atmósfera de la Independencia, la de la tiranía, la de la proscripción; trató a ministros extranjeros y a poetas nativos; fué de un poeta ella misma, el emigrado Juan Thompson [...]; y después de haber sido en su juventud amiga de los héroes fundadores fué, en su vejez, como una madre para los amigos de su hijo, los jóvenes románticos de la expatriación liberal. Casi todos éstos la recuerdan con cariño en sus cartas. [...] Dicen que escribió sus Memorias, y es lástima que hasta hoy no se hayan publicado (si es que alguien las conserva)...” (543).
Rojas es tajante a la hora de comprender el nuevo tipo de mujer que Mariquita representa. Y el énfasis con que se abrió paso en un mundo privado a la mujer. Consciente del nuevo tipo social que ella representaba, se dice que a su amiga Candelaria Somellera, le recitaba: Nosotras sólo sabíamos / Ir a oír a misa y rezar / Componer nuestros vestidos / Y zurcir y remendar. Pero ahora, en las décadas posteriores a la Revolución, un nuevo tipo de sensibilidad femenina está naciendo.
En la década del 10 del siglo XX, Antonio Dellepiane dicta dos conferencias en la Biblioteca del Consejo Nacional de Mujeres sobre Mariquita. Con parte de ese material compone el libro Dos Patricias Ilustres (1923). Las dos patricias son, Carmen Nóbrega Miguens de Avellaneda (1836-1899) (“la mujer de un estadista”) y, naturalmente, Mariquita. En esa biografía, encuentra Rojas que se debe a Echeverría que se la llame a Mariquita “La Corina del Plata”, en honor a la heroína romántica de la novela de Madame Staël. Allí encontramos que Juan María Gutiérrez le obsequiaba a Mariquita algunos libros. Entre los libros que Gutiérrez le obsequia, se encuentran uno sobre Madame Recamier, escrito por Guizot. En Mariquita encontramos un dato de inspiración ciertamente borgeana y que nos conecta incluso con Pierre Menard: como lo es el hecho de haber sido ella, lectora del Quijote tanto en español como en francés.
Mariquita Sánchez tuvo tres salones: uno en la época revolucionaria (como esposa de Thompson); otro en su destierro en Montevideo (cuando fue esposa de Mandeville), y otro en Buenos Aires, tras la caída de Rosas. Los visitantes extranjeros que visitaron su salón, encontraron en Buenos Aires un ambiente de cultura europea insospechado en América del Sur. Fue precisamente ese internacionalismo, el que propició sus segundas nupcias con Mandeville, cónsul francés en Argentina. Todos la tenemos por “El Himno Nacional en la sala de María Sánchez de Thompson, donde se cantó por primera vez, 1813”, el óleo que en el siglo XX Pedro Subercaseaux pintó en ocasión del primer centenario de la Revolución de Mayo: el óleo mitifica la visita de Blas Parera yendo a componer y a ejecutar, por primera vez, el Himno al salón literario de Mariquita. Lo acompañan Valentín Gómez, Cayetano Rodríguez, Juan Ramón Rojas y Esteban de Luca, quien leyó los versos de López. Los vestidos colant engalanan la escena, sin que sean las mujeres, todavía, portadoras de nombre propio. Están allí, Mariquita, Mercedes Escalada, Eusebia Lasala: las mujeres de los primeros salones literarios del país.
En el ideario de Mariquita, sobresalen imperativos sobre la educación de la mujer. A juzgar por su correspondencia, la que Dellepiane transcribe y sobre la que Rojas emite un juicio crítico, la escritura de Mariquita es “elegante” y “simple”: “razona con claridad, siente con vehemencia.” (546). Aunque fuera amiga de Rosas en su infancia, detesta el autoritarismo. “Preconiza para la mujer argentina una educación de economía doméstica y artes manuales, más que de vanidades y devociones” (546). Pero es posible pensar que no preconiza para las otras lo que ella sí practica para sí. Cultiva las amistades intelectuales y lee los pocos libros selectos que, procedentes de Europa, llegan hasta Buenos Aires. Para Rojas, la lectura es algo que Mariquita encuentra recién en los últimos años de su vida. Antes de algún juicio biográfico, ello también nos habla de los modos en que el libro se fue introduciendo en las casas de los lectores. Presentes desde los años de la Revolución en tienda La Botica (1785 y ss.), desde 1830 conocida como La Librería del Colegio (Actual Librería de Ávila), son marcados los momentos del siglo XIX en los que el expendio de libros va marcando el pulso de la recepción de los impresos y las ideas. Sobresalen en esa historia los impresos que componen la biblioteca personal de San Martín, la biblioteca personal de Belgrano –que abastece de lecturas a Mariano Moreno–, la creación de la “Librería Argentina” de Marcos Sastre (1833 y ss.).
Mariquita murió en Buenos Aires el 23 de octubre de 1868.
[por Paula Cecilia Ortale]
Bibliografía:
Dellepiane, A. (1923). Dos Patricias Ilustres. Buenos Aires: CONI Imprenta y Casa Editora.
Rojas, R. (1922). “Capítulo XVII. Las mujeres escritoras”, en Historia de la literatura argentina, t. 4. Buenos Aires: La Facultad, 538-556.
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